22 oct 2017

De los sueños

11. 

Siempre supe que mis límites eran más imprecisos que los de los demás.  

Decidí que el mejor método para no llamar la atención era el camuflaje, el disfraz. Observaba y tomaba notas mentales de esa realidad que no entendía, que se escapaba entre mis dedos, como una antropóloga que  estudiase una tribu perdida.




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12

Aquella noche, volví a soñar que  estaba encerrada en el edificio donde vivíamos. 

No había nadie más y tenía que subir hasta la azotea para poder pedir ayuda. En la primera planta había muchísimas puertas abiertas, de las que salían sonidos extraños. Elegí una al azar y entré. Esa casa estaba llena de ventanas y globos por el suelo, como si un cumpleaños hubiera estado a punto de suceder, como si la vida se hubiera detenido en el momento menos esperado. 


Salí y escogí una nueva puerta. En el salón solo había una gran mesa de madera y un hombre se esmeraba, concentrado y huraño, en partir un pollo. Me marché en silencio. Mientras subía planta tras planta, a veces me acercaba a alguna puerta abierta. Otras vidas imposibles, inconsistentes, me miraban sin verme. Cuando llegué hasta la azotea, supe que era el fin. No había salida.



13. 

¿Te he contado que estaba enganchada a volverme fulgor?

Recuerdo que mi afición favorita era tumbarme en mi habitación bajo los rayos del sol de verano que entraban a las cuatro de la tarde, en la hora de la siesta, para fugarme en silencio. 

Simplemente me transmutaba en  secretas partículas radiantes, para ascender casi hasta el techo y volver a caer en forma de hélice marchita.




14. 

Hace tiempo volví a pasar por delante de mi casa. 

Sigue en el mismo sitio, cuarenta años mas tarde. Creí que habrían variado sus dimensiones, que su solidez se habría desdibujado con el tiempo pero sigue igual, habitada por un halo de pesadumbre y vejez que consume sus esquinas. Se alza engreída, aunque incapaz de reconocerse. 


Miré hacia las ventanas esperando un milagro. No sé. Una melodía o una cara añeja, pero no logré ver a nadie. Las cortinas esmeradamente planchadas de las ventanas me zarandeaban en las sienes, mostrándome el presente absoluto. El pasado se encogía para pasar inadvertido entre las sombras.





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5 ago 2017

encuentros

Añoro 

la liberación sutil de tus manos en la noche.



Siento tu espera atrapada, tu herida abierta 


aguardando mi cálido aliento. 



Deslizo mi mano hasta la tuya y


mis pieles se arbolan, anticipando tu encuentro.




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27 mar 2017

Lali

Efímera, mi mano agarró la tuya.
Y al pronunciar tu nombre, un desgarro
guió tus pupilas hasta encontrarme. 

Una última lágrima se 
dejó caer vencida 
y el mundo se volvió finito, apenas un sueño.

Esto es morirse, pensé.



®hilosylaberintos



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26 feb 2017

Paisajes

8.

Desde que era bien pequeña, estaba convencida de que tenía el poder físico, real, de volverme invisible, la capacidad fabulosa de pasar desapercibida. 

Me sentaba en las tardes de verano, después de la siesta, en los escalones del portal controlando la respiración, fase previa del estado de invisibilidad. Al rato descubría, no sin asombro, que todas las células de mi cuerpo se habían vuelto escalón y que era imposible que alguien notara mi presencia. Era uno de mis juegos favoritos. 


9.

Me gustaba escribir lo que soñaba nada más despertarme. Había tres sueños que se repetían con regularidad, y los esperaba con ansiedad cuando tardaban en llegar.


10.

En el cole o estabas en el bando ganador o formabas parte de los raros, los no integrados, los que no contaban. Era otra forma de invisibilidad.


Presidía el bando ganador desde hacía años Isabel, que tenia la simetría enigmática de la belleza y sabía aprovecharse de ella. Una mañana, al entrar en los baños, me estaba esperando con su grupo. Me dijo que quería llamar la atención del chico de moda. Dejándome humillar delante de toda la clase por ella, podría formar parte del grupo. Creo que no me pareció mal o quizás es que no tenía nada que perder, así que dejé que me diera una pequeña paliza postiza. La humillación fingida siempre se lleva mejor. 


Formé parte del grupo, aunque seguía siendo leve y apocada, en clara distinción a las demás.  


Un silencio pertinaz y un aura melancólica me perseguía, marcaba las distancias y me  mantenía a salvo, alejada de los otros, los vitales.





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14 feb 2017

Avon

6.

A mi abuela la llamaban 'la Lali'. 

Solo sabía escribir su nombre, Eulalia,  y cuando tenía que firmar lo hacía despacio y afanándose mucho. Le salían unas letras ganchudas y curvadas, pero muy bonitas. 


A Lali le daban miedo las tormentas, de cuando era pequeña y recogía garbanzos en el campo y los rayos caían a plomo sobre el terregal. En casa nos hacía cerrar las ventanas, las puertas y apagar la tele para que no entrara ninguno.


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7.

Recuerdo a mi abuela haciendo ganchillo, tapetes y mas tapetes blancos donde reposaban jarritas, recuerdos de alguna localidad costera o despertadores. 

También hizo durante una temporada abanicos con hilo de nylon y con palitos de plástico, que luego vendía a las vecinas del barrio. Después de los abanicos llegó Avon a casa y mi abuela les compraba  todos los meses jabones rosas y ovalados, que Lali iba llenando pacientemente de mondadientes para transformarlos en cestitas primorosas que se fueron poniendo muy de moda. En todas las casas del barrio había una jabonera con forma de delicada mano blanca de Avon y una cestita de mi abuela.




8. 

Yo coleccionaba con nulo pragmatismo pegatinas de naranjas. Era una colección limitada ya que en esa época había poca variedad de fruta o de cualquier otra cosa. De pequeña buscaba lo diferente, una rendija en la cotidianidad que me permitiera escaparme de un espacio que no sentía propio. Las únicas fisuras que encontré fueron entre los huecos de los muebles de mi habitación. Seguía una rendija de sol y me colaba entre los cajones.






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11 feb 2017

Escaleras

3.

Nos recuerdo como una tribu perdida, una mezcla deshilvanada  con padres extremeños, gallegos, cordobeses... Todos hijos de la distancia, de la búsqueda de un lugar mejor en un Madrid que acogía ríos de emigrantes. 

Mi abuela había llegado desde un pueblo perdido y seco de Badajoz, con sus cuatro hijos a cuestas, por desamor. Cuando encontró aquí a su marido fugado, descubrió que había rehecho su vida y que tenía una querida y ninguna gana de ocuparse de sus hijos.



4.

A ese abuelo perdido solo lo vi dos veces en mi vida. Un día, tendría yo unos ocho años, fui a conocerlo con mi madre. Me dio varios billetes con rapidez, como deseando deshacerse de ellos, y desapareció. Yo pensé que tenía que ser rico. 

Lo volví a ver muchos años después, cuando se estaba muriendo, solo y apático, en un apartamento lacio y sin ventilar que tenía en la calle Reina Victoria. Fue un extraño en la familia, un arrepentido, un sin tiempo. Nunca me contaron su historia. 




5.

En sueños a veces veo las escaleras interminables de la calle en la que vivíamos. 

Las miro desde abajo, miro el acceso a una vida que ya no me pertenece, que se perdió al igual que la memoria de esos años. Solo me quedan retazos entre los dedos.


@Hilosylaberintos



                                     


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25 ene 2017

Calle Habana 42

1.

Vivíamos en la calle Habana 42, en Madrid. 


En medio de un lodazal se alzaban como esqueletos blancos bloques de nueve plantas que crecían sin remedio arrinconando pequeños huertos de lechugas y alguna granja donde aún se vendía leche en cántaros, aunque ya estábamos a principios de los ochenta. 

Era un paisaje extraño, donde pasado y futuro convivían sin ganas. Iba con mi abuela a por leche cada dos días. El nauseabundo olor a mierda de vaca se percibía una calle antes de llegar. Yo odiaba esa leche espesa, caliente, que tenía tres dedos de nata. Prefería la leche embotellada, de fábrica, que traían a la panadería del barrio y que podía beber sin masticar. Era liviana y dulce, pero mucho más cara, por lo que mi abuela no la solía comprar.




2.

Tendría menos de nueve años cuando me dieron mi primer beso. 

Estaba en el ascensor con mi tío Tati y con mi amigo del cole Marcos. Mi tío acercó de repente nuestras cabezas, hasta que sus labios toparon toscamente con los míos. No me pareció gracioso y ese pequeño detalle cambió además nuestras vidas: Marcos estaría enamorado una buena temporada. Yo, a cambio, empezaría a ignorarlo. Comprendí que algo que siempre había estado allí, velado a mis ojos, de repente se había vuelto obscenamente visible. La inocencia se acababa.


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